Nocturno
(Gabriela Mistral)
(Gabriela Mistral)
¡Padre nuestro, que estás en los cielos!
¿Por qué te has olvidado de mí?
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mí!
Te acordaste del negro racimo
y lo diste al lagar carmesí,
y aventaste las hojas del álamo
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aún no quieres mi pecho oprimir!
Caminando, vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí.
y he bajado amarillos mis párpados
por no ver más enero ni abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has querido la nube de otoño
y no quieres volverte hacia mí!
Me vendió el que besó mi mejilla,
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di.
Y en mi noche del Huerto me han sido
Juan cobarde y el Angel hostil.
Ha venido el cansancio infinito
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin;
el cansancio del día que muere,
y del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!
Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas, pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de tí:
¡Padre nuestro, que estás en los cielos!
¿Por qué te has olvidado de mí?
5 comentarios:
Los poemas del ciclo Dolor están dispuestos de tal modo que parecen continuar el desarrollo temporal de una historia de amor, desde el momento de su inicio (el encuentro) hasta el trágico desenlace de la muerte (los huesos de los muertos). Son los elementos anecdóticos de estos poemas los que pueden hacer derivar a los lectores más a lo biográfico que a lo artístico. Pero en ellos, Gabriela Mistral entrega dos historias entremezcladas: la del suicidio (en poemas como Los sonetos de la muerte, La espera inútil, Interrogaciones) y la del amor frustrado (El amor que calla, Desvelada, Intima)
En el fondo la poesía de Gabriela Mistral; como en el sentido de toda alma exaltada, se toca la idea religiosa y se encuentra a Dios. Ella le habla continuamente, lo llama, lo acaricia, se postra en su presencia y tiene para tratarlo familiaridades augustas y ternuras suavísimas. Su Dios es el Jehová de la Biblia, pero el que ha pasado por la fronda evangélica. Apela en todo momento a su amor, pone el perdón por encima de todos sus atributos y varía al infinito la expresión del mimo pensamiento.
Gabriela Mistral adora al Dios Único, hijo del desierto, al Dios vengador y terrible que abomina los pecados de la carne, Dios violento, inmensamente distante de su criatura, Dios solitario y resplandeciente.
Los poemas en que Gabriela Mistral manifiesta su desolación corresponden a un período determinado de su vida.
Estos poemas son trozos de su vida; por eso, si se les aplicase el metro de las retóricas, la medida podría resultar decepcionante: no son casi nunca poemas de forma impecable. El lenguaje a veces no es correcto; la versificación deja que desear; ciertas muletillas quitan elegancia y limpieza a la expresión; porque la musa que inspiro a la autora no es en general la diáfana figura, serena y suave, sino la encarnación desgreñada y plañidera de la realidad sangrienta que desoló a la poetisa.
En vano levanta y quiere echarle la túnica de Jesús; se siente tras su sombra del espanto y en la plegaria insistente que le dirige, en sus arrebatos de amar por el preciso, tiembla sordamente el miedo de su propia condenación. Se diría que sus ruegos piérdanse, sin hallar un eco.
La escritura de Mistral esta plagada de símbolos que hacen referencia a la Biblia y a partes de su vida. Podemos encontrar una intertextualidad en relación con el Nuevo Testamento y la vida de Jesús, ya que, en gran parte de este texto, encontramos fragmentos de la su vida y muerte. Ya sea en metáforas o metonimias.
¡Padre Nuestro que estas en los cielos!
Texto sacado de la Biblia, de las mismísimas palabras de Jesús en su oración a Dios.
Compara su vida con la de Cristo y se siente identificada, existe una patente alianza con el dolor de Jesús al repetir las mismas palabras que dijo el Salvador en la cruz. Aquí refuerza su espíritu cristiano, demuestra una perspectiva desengañada y gris del mundo.
El poema va escrito a Dios, porque es una plegaria hacia Él, Dios es el sujeto del enunciado, hacia quien se dirige Gabriela Mistral, quien sería el hablante lírico.
El enunciado del poema en sí, es la súplica de Gabriela Mistral, por la ayuda divina.
Posee rimas simples de arte mayor, en su mayoría, rima asonante y muy poca estructura retórica, que corresponde al estilo propio y original de Mistral en esos tiempos. Tiene una cantidad impresionante de símbolos y metáforas, comparaciones y semejanzas de su vida y la de Cristo.
Entre los principales paradigmas que pudimos encontrar, están:
• La sangre: simbolizada de distintas formas, como vino, falerno, pulpa rubí, negro racimo (sintagmas)
• Su vida: simbolizada y comparada con la vida de Jesús y sus momentos de vida (sintagmas)
• Paso del tiempo: aquí, Mistral utiliza una serie de símbolos para explicar el paso del tiempo. Ej: fruto en febrero, verano; aventar las hojas del álamo, otoño; abrir las violetas, primavera; no ver más Enero y Abril, verano; nube de Otoño, otoño.
En el último paradigma del paso del tiempo podemos observar la clara ausencia del invierno, quizás se deba a la angustiosa situación en la Mistral se encontraba, que la llevaba a pensar que estaba en un eterno invierno, debido a que el invierno se simboliza, generalmente, con las penas y las angustias.
Su visión del mundo era negativa, solo podía implorar la ayuda de Dios.
Para comprender más plenamente el poema, hemos separado las estrofas y se han analizado cada una, personalmente, para comprender a cabalidad, los signos que Mistral utilizó en cada uno de ellos.
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